Nuestro mapa interactivo está diseñado para su uso en pantallas grandes.
Utilice una computadora de escritorio o portátil para ver esta página.
La segunda noche acampamos en el Valle. Tan pronto como asomó el sol, dejé mi carpa y encontré un arroyo que corría cerca. Me lavé la cara con el agua de deshielo y encendí un fuego. El arroyo corre valle abajo para unirse a un río, como otros miles lo han hecho por arriba y debajo nuestro todo el camino desde Carmensa. Este hecho descarta la idea de un principio, de una fuente. Como si se tratara de un mito o una canción folclórica, el origen se perdió con el tiempo y el gran movimiento de la Tierra. Si pudiera preguntarle al río, dudo que incluso ella sepa. Dar con el comienzo sería como encontrar el inicio de una montaña o de un bosque. Todos ellos empiezan donde empieza el viaje. Nosotros comenzamos en el lago.
"Hoy por primera vez en todo el viaje llegamos a un lago. A lo lejos se veía una isla de piedras, seca, y más allá una línea de cemento. ¿Dónde estaba el verdadero sendero del río? ¿Cómo es posible que un río que recorrió 100 Km, esculpiendo una poderosa cadena montañosa y valles enteros pueda ser sostenido por un muro de 300 metros de cemento? ¿Por qué me resultaba incómodo? ¿A qué simple visión de la naturaleza y del mundo me estoy aferrando? Probablemente me dirías: '¿En qué punto no manipulamos la naturaleza para vivir?'"
El agua se encuentra en algún lugar bajo nuestros pies en enormes tuberías que van desde El Nihuil hasta el lado más alejado del Cañón del Atuel. Nos deslizamos y escalamos a través de la roca y nos tomamos de la mano para ayudarnos a bajar. Mientras más descendíamos, más se elevaban las paredes del cañón y más fascinante se volvía en mi cabeza la imagen de aquel cañón repleto de agua que alguna vez fue salvaje y respetado, y que ahora es solo un arroyo.
Luego de varios días de tierra árida y seca, finalmente pudimos regresar a los botes y entrar en un paraíso. Rápidamente dejamos atrás familias y amigos, jóvenes amantes en carpas prestadas, el olor a asado, el aroma a tortitas que nos llegaba en forma de nubes. Los niños acariciaban con sus dedos las plantas carnosas del río. Parejas de ancianos remojaban sus pies al borde del agua, mientras hablaban de sus lugares favoritos en el río cuando eran jóvenes.
Necesito que visualices esta imagen: Una línea recta de cemento suspendida en el aire cruza el río de forma perpendicular. Hemos llegado a lo que llaman Canal Marginal; una desviación artificial del río donde sus aguas son encauzadas dentro de canales de cemento para ser utilizadas en agricultura y consumo. El río no termina, pero continúa por otro lado. Como ese jugo que baja por tu mentón cuando mordés una ciruela madura. Está en el verde de las hojas de los álamos que arrojan su sombra sobre las calles de la ciudad. Está en el sudor que se evapora de nuestros cuerpos mientras nos movemos.
Entrada la tarde, llegamos a un viejo puente ferroviario de madera. Era como si se tratara de la imagen de una película muda, congelada pero titilando desde la luz del proyector para mantener viva las memorias de los trenes que ya no pasaban. ¿Y qué hay de los canales? ¿Serán ellos también, algún día, monumentos al agua que una vez tuvimos?
Lentamente el río se desvanece en la tierra y así también lo hacen las cosas que lo necesitan. La quietud de la vejez. De repente nuestros remos están cavando sobre la arena blanda. Encontramos un pez varado, enormes fuegos purgan la tierra, los canales se vuelven inútiles, y nosotros tenemos que caminar. Y luego ya no queda nada o solo queda algo que no puede compararse con aquello que le precedió.